En un artículo de Juan Manuel de
Prada para la revista XL Semanal, publicado
el 12 de mayo de 2013, bajo el título de “Un poco de doctrina social”, en el
que se refiere a las “viejas virtudes cristianas que se han vuelto locas” (cosa
que ocurre cuando “se desgajan del tronco común que les da sustento”), hace una
recopilación de textos de la doctrina social de la Iglesia que me ha parecido
interesante y que he querido recoger en el blog, comenzando por la falta de
fidelidad de los católicos a esta doctina, que Benedicto XVI denunció en
diversas ocasiones, refiriéndose a la «esquizofrenia entre la moral individual y la
pública» que aqueja a muchos creyentes, de tal modo que «en la
esfera privada actúan como católicos, pero en la vida pública siguen otras vías
que no responden a los grandes valores del Evangelio».
Juan XXIII en su encíclica Mater
et Magistra, cuando señalaba que «la
doctrina social profesada por la Iglesia católica es algo inseparable de la
doctrina que la misma enseña sobre la vida humana»; y es que, en
efecto, poco sentido tendría defender la vida y la familia si al mismo tiempo
no se defendiera una concepción del trabajo que permita a las personas criar
dignamente a sus hijos. El trabajo -nos recordaba Juan Pablo II en su encíclica
Laborem Exercens- es una condición para hacer posible la fundación de
una familia, ya que esta exige los medios de subsistencia, que el hombre
adquiere normalmente mediante el trabajo.
Juan Pablo II nos dice en su encíclica
Centesimus Annus: «La obligación de ganar el pan con el sudor
de la propia frente supone, al mismo tiempo, un derecho. Una sociedad en la que
este derecho se niegue sistemáticamente y las medidas de política económica no
permitan a los trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación no
puede conseguir su legitimación ética ni la justa paz social. Así como la
persona se realiza plenamente en la libre donación de sí misma, así también la
propiedad se justifica moralmente cuando crea, en los debidos modos y
circunstancias, oportunidades de trabajo y crecimiento humano para todos».
El propio Juan Pablo II, en Laborem
Exercens, recordaba que es obligación de los cristianos «recordar
siempre la dignidad y los derechos de los hombres del trabajo, denunciar las
situaciones en las que se violan dichos derechos y contribuir a orientar estos
cambios para que se realice un auténtico progreso del hombre y de la sociedad».
Y añadía que la mayor verificación de su fidelidad a Cristo la muestra el
cristiano en su compromiso con los pobres, que «aparecen en muchos casos como
resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano: bien sea porque se
limitan las posibilidades del trabajo es decir, por la plaga del desempleo-,
bien porque se deprecian el trabajo y los derechos que fluyen del mismo,
especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del
trabajador y de su familia».
Muchísimas gracias; muy interesante!!.
ResponderEliminarOs eché de menos en Covadonga. Fue una experiencia fantástica y muy interpelante el testimonio de los oferentes y su manera de vivir el compromiso con la justicia que brota de la fe, cada uno desde su vocación específica y en distintos lugares, fue impresionante. Se vieron muchos pañuelos en torno a los ojos.
No os lo perdais en la Web. !!ah!! y coincidimos con la Asoc. Acit Norte que celebró allí su Asamblea. Un abrazo a todos Helena