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El mundo necesita esperanza y tenemos que llevársela los que estamos en el mundo desde otros presupuestos. La esperanza puede nacer normalmente en el mundo, en los cristianos y en los que no lo son, pero ahora pienso que en los cristianos puede y debe nacer de la humildad, es decir, de los que reconocen la omnipotencia de Dios; del que sabe que desde el Evangelio y desde el cristianismo hay algo que decir eficaz para el mundo de hoy, que necesita la verdadera fuerza de la esperanza. Cada uno de nosotros somos parte para que el mundo descubra a Dios. Tenemos derecho, si tenemos fe y humildad, a sentirnos fuertes y alegres, sin temor de que la empresa sea grande y desproporcionada, cuando miremos nuestras fuerzas pequeñas, no sólo las de cada uno, sino las de la Institución, las de la Iglesia entera. Sin embargo, nuestra suficiencia, en el buen sentido, el manantial de la alegría ha de venir de quien nos ha llamado para esta Obra, que no puede ser más que Dios quien, por habernos llamado, nos da la gracia para cumplir la vocación. Esto es importante, porque teológicamente hablando, en el hecho de llamarnos está la gracia de responder. De aquí que, para poder ser portadores de esperanza, tenemos que hacer algo, lo que podamos, sabiendo que le queda una gran parte al Señor. Tanto en lo que se refiere a la vida del mundo como a la vida de cada persona. De la parte de Dios no dudemos, ya que es la base granítica de nuestra esperanza. Nuestra fragilidad natural puede apoyarse y ser alegre y esperanzadora precisamente porque la parte principal la va a hacer Dios. El mundo necesita al testimonio de vidas inspiradas en Cristo, semejantes a las de Cristo, de manera que Él sea comunicado por toda nuestra persona.Podemos tener todas las ciencias de la comunicación, todas las dinámicas de grupo, psicologías profundas, teologías, ciencias humanas, pero nada sustituirá a lo que es insustituible: que quien vive a Cristo transmite la vida de Cristo. Podríamos preguntarnos a modo de diagnóstico: ¿Buscan en mí mis compañeros, mis alumnos, mi familia, algo de esperanza, de fe? ¿Mi vida interpela, se presenta a los demás como misterio, en el buen sentido de la palabra? ¿Suscita alguna pregunta? ¿Dónde está mi testimonio para las personas que me rodean? ¿Desde que punto de vista la misión desborda y asume la profesión? ¿Los que me rodean se acercan a mí en momentos difíciles: problemas matrimoniales, dificultades económicas…? ¿Se acercan a mí pidiendo una orientación hacia lo trascendente, hacia Dios?
